
Mis salidas son el pretexto para quebrar la rutina diaria de mi hogar-oficina, pero permaneciendo cerca, por si alguna situación requiere de mi rápida presencia en casa.
El local es agradable y sus dependientes atienden de muy buena forma. Son cordiales y bastante serviciales. No han sido pocas las buenas conversaciones sostenidas mientras humea un café bien caliente.
Y es a raíz de mis frecuentes visitas, que me he dado cuenta de algunas situaciones conductuales o “tics” de una nada despreciable cantidad de clientes que frecuentan el lugar. Desgraciadamente estos “tics” entran directo en la categoría de los malos modales y de la mala educación. Es increíble, pero veo a la más variada de las “faunas” que entra y sale durante todo el día y según he podido ver, la gran mayoría de estos “mamíferos” tienen muy internalizadas estas “taras” conductuales.
Un importante número de estos clientes, entra al local como mirando hacia el piso o con la vista proyectada hacia algún lugar distante (hacia cualquier dirección, menos al frente en donde está el empleado que atiende amablemente). Todos entran con uno o varios objetivos establecidos en su mente. Seguramente es por esta razón que acceden al lugar como autómatas. Claramente, el lugar es para ellos estratégico y sobre todo, necesario y funcional. De hecho este tipo de cafeterías están concebidas para estos efectos; el consumo rápido y funcional.
Un importante número de estos clientes, entra al local como mirando hacia el piso o con la vista proyectada hacia algún lugar distante (hacia cualquier dirección, menos al frente en donde está el empleado que atiende amablemente). Todos entran con uno o varios objetivos establecidos en su mente. Seguramente es por esta razón que acceden al lugar como autómatas. Claramente, el lugar es para ellos estratégico y sobre todo, necesario y funcional. De hecho este tipo de cafeterías están concebidas para estos efectos; el consumo rápido y funcional.
Hablando de estos "autómatas", un claro ejemplo de esta conducta se expresa en la multitudinaria necesidad de adquirir una cajetilla de cigarrillos. Es justo a través de esta necesidad de consumo que he apreciado conductas bastante curiosas (por decirlo de alguna manera).
En la cafetería, están pegados dos llamativos carteles informando que en ese local no se venden cigarrillos (por estar ubicado en zona de colegios). Acá, el sentido común nos dice que si son visibles los carteles, su ubicación es la correcta y es claro su mensaje, no debería existir ningún “ruido comunicacional” entre ellos (como soporte del emisor) y los receptores a los que va dirigido el manifiesto mensaje. Sin embargo la gran mayoría de las personas entra instintivamente y sin prestarles la menor atención (uno está en la puerta de entrada y el otro frente a la caja registradora). Estas personas aparecen frente al encargado de turno como verdaderos autómatas inconcientes de su entorno, de las señales existentes en el lugar y sobre todo, siendo indiferentes a los códigos comunicacionales diseñados e instalados adecuadamente para informarles respecto, en este caso específico, de la no venta de cigarrillos. ¿Qué pasaría si en la puerta dijese: “ Peligro, no entrar, gases peligrosos”…?
A partir de estas experiencias, el local se ha transformado para mí, en un verdadero barómetro social ( por categorizarlo de alguna manera ).
Cada persona que ingresa trae un propósito específico: Va a consumir algo, ya sea un producto o algún servicio. Pueden ser desde una recarga móvil o tomarse un café, hasta la extracción de dinero desde un cajero automático o simplemente, aprovechar de conectarse a la red de Internet para estar "conectado" con sus clientes o amigos.
Cada persona que ingresa trae un propósito específico: Va a consumir algo, ya sea un producto o algún servicio. Pueden ser desde una recarga móvil o tomarse un café, hasta la extracción de dinero desde un cajero automático o simplemente, aprovechar de conectarse a la red de Internet para estar "conectado" con sus clientes o amigos.
El asunto es que al percibir mi entorno, compruebo una vez más, la precariedad del nivel educacional del santiaguino promedio. Hablo de aquellos que he visto durante estos casi tres meses. Desde niños hasta personas mayores; desde jovencitas hasta mujeres bien adultas. No hay distingo en esto. De cada 10 personas que entran para consumir algo en este local, más de la mitad, no tiene ni el más mínimo interés o preocupación por cerrar la puerta después de entrar y lo que es más curioso, al salir. Es como si la puerta abatible fuese invisible ante sus ojos.
Esto me resulta muy extraño y desagradable, ya que este tipo de conducta me es absolutamente ajeno; nunca he podido entrar a un lugar de estas características y no preocuparme del que viene atrás o no cerrar la puerta. Ni hablar cuando salgo de un local u oficina, porque sencillamente no podría salir de ese espacio físico sin cerrar la puerta.
Pero en esta cafetería, la situación es radicalmente opuesta porque muchos sujetos que entran a comprar ¡dejan abierta la puerta de par en par! Como si estuvieran en la cocina de su casa, preparando la salida de la bandeja con la carne recién asada en el quincho del patio de su casa.
De pronto me resulta complejo tratar de explicar esta repetitiva situación suscitada en esta cafetería. Lo peor es que no creo que sea la excepción a la regla. Todo lo contrario, es probable que sea una norma.
Habrá que tratar de adivinar los motivos o razones de cada sujeto, para ejecutar estas malas conductas ( por de pronto, bien poco sociables ).
Las posibles respuestas pueden ser decantadas a través de varios factores (falta de buena educación formal, mala crianza familiar, etc.). Lo dramático de todo esto es que lo he visto no sólo en sujetos de dudoso nivel de escolaridad sino en aquellos que, al menos en apariencia, deberían tener bien codificados en su “memoria conductual” otro tipo de reacciones o comportamientos. Se supone que deberían tener mayor educación. Se supone, pero en la realidad esto no ocurre, no se evidencia y eso preocupa y molesta aún más. No sólo es cosa de estrato social, sino que esto cruza estamentos y está aparentemente instalado en el "promedio local". Esto abarca desde el flaite hasta el pije, pasando por el empleado medio, la dueña de casa y el escolar de colegio particular-subvencionado. Es como si se hubiera internalizado el mal hábito de no pensar en el de al lado. No pensar en que si actúo u omito como sujeto social, interfiero de igual forma en la cotidianidad del sujeto que está a mi lado.
Al parecer no son pocos los “ciudadanos” de esta urbe sobre-expandida, que tienen estos patrones conductuales reiterados.
No creo que las estadísticas respecto de los altos índices de enfermedades mentales que ostenta nuestra capital sean una mera casualidad. Muchos son los psiquiatras que confirman y explican estos estudios. Quizás, nuestra ciudad aporta mucho para que este tipo de "expresiones culturales" se manifiesten tan a menudo.
Tal vez tendremos que hacernos a la idea que las cafeterías de los servicentros por más que sean bien atendidas y que estén bien surtidas, son para muchos santiaguinos, simplemente, lugares de paso, de consumo rápido y sobre todo, terreno fértil para expresar la mala educación recibida.
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